Las mascarillas han pasado de ser algo que casi nadie usaba a convertirse en parte del día a día, sobre todo desde la COVID-19. Durante la pandemia, especialmente en sus primeras semanas, conseguir una era casi imposible: los stocks desaparecieron en cuestión de horas, los precios se dispararon y en el mercado aparecieron mascarillas improvisadas que, sinceramente, daban más miedo que confianza. A medida que pasaban los meses, la cosa empezó a estabilizarse. Se introdujeron normas como la UNE para mascarillas higiénicas, que al menos ponían un estándar de calidad en cuanto a filtración bacteriana y respirabilidad.
Lo curioso es que, aunque para mucha gente las mascarillas fueron una novedad, en algunos entornos laborales ya eran un clásico. Sanidad, construcción, laboratorios… siempre han estado ahí, solo que no se hablaba tanto de ellas.
La pandemia solo hizo que se miraran con otros ojos y que la población en general empezara a distinguir entre quirúrgicas, FFP2 y FFP3.
Las leyes y la normativa en torno a las mascarillas en el trabajo
En España y en Europa, existen normas que marcan qué mascarilla es válida, qué requisitos mínimos debe cumplir y en qué contextos se exige.
Por ejemplo, las mascarillas higiénicas tienen que cumplir con la norma UNE 0064 o 0065, según sean desechables o reutilizables. No es solo un sello bonito: garantiza que al menos filtran y dejan respirar dentro de unos parámetros aceptables.
En el caso de las mascarillas quirúrgicas, la referencia es la norma UNE-EN 14683. Esta clasificación es la que dice si son tipo I, II o IIR. Aquí entra en juego la eficacia de filtración bacteriana (BFE). Una quirúrgica tipo II, por ejemplo, filtra mejor que una tipo I. Y si lleva la letra R significa que además resiste salpicaduras.
Las mascarillas FFP se regulan por la norma UNE-EN 149. Son las famosas FFP1, FFP2 y FFP3, con sus porcentajes de filtración que luego veremos con calma. Este tipo de mascarillas siempre han estado en el entorno laboral, sobre todo en sitios con polvo, humos, gases o riesgo biológico.
En cuanto a lo laboral, la Ley de Prevención de Riesgos Laborales en España obliga a la empresa a proteger a los trabajadores frente a cualquier riesgo conocido. Eso incluye proporcionar equipos de protección individual (EPIs), y dentro de esos equipos entran las mascarillas. O sea, si trabajas en un sitio donde te expones a polvo, sustancias químicas o riesgo de contagio, la empresa debe darte la protección adecuada.
Mascarillas higiénicas
Su función principal es evitar que la persona que la lleva expulse aerosoles al hablar, toser o estornudar. Protegen más a los demás que a uno mismo. Existen de dos tipos:
- Desechables: de un solo uso, se tiran después de unas horas.
- Reutilizables: que se pueden lavar un número determinado de veces sin perder eficacia.
Su eficacia depende mucho de que las use la mayoría de personas en un mismo espacio. Es la típica lógica de “yo te protejo a ti y tú a mí”. No son la mejor opción en un entorno de riesgo elevado, pero sí sirven en espacios abiertos o actividades donde se necesita comodidad para respirar.
Unicat, tienda líder en ropa laboral, da un consejo interesante: usar siempre la mascarilla que de verdad se necesite para cada situación. Puede parecer obvio, pero es habitual ver a gente con mascarillas higiénicas en lugares donde en realidad sería mejor una FFP2 o una quirúrgica.
No todas sirven para todo, y elegir bien marca la diferencia.
Mascarillas quirúrgicas
Las quirúrgicas llevan décadas en los hospitales. Su objetivo es evitar que el personal sanitario contagie a los pacientes, sobre todo en operaciones o consultas donde hay contacto directo. También se usan al revés, para proteger al médico de posibles contagios.
Son de uso único y siempre deben ajustarse bien en nariz, boca y barbilla. La norma UNE-EN 14683 distingue varios tipos:
- Tipo I: filtración bacteriana ≥ 95%.
- Tipo II: filtración bacteriana ≥ 98%.
- Tipo IIR: igual que las tipo II, pero resistentes a salpicaduras de líquidos.
En hospitales, el estándar suele ser la tipo IIR, porque hay riesgo de fluidos. En la vida diaria, las tipo I o II son suficientes en sitios donde el riesgo es menor.
Una ventaja clara de las quirúrgicas es que son más cómodas que las FFP2 o FFP3. Respirar con ellas es más fácil y, aunque no protegen tanto al usuario, sí cumplen bien su función en espacios controlados.
Mascarillas FFP
Aquí entran las famosas FFP1, FFP2 y FFP3, que se usan sobre todo en entornos laborales y, desde la pandemia, también en el día a día.
La norma UNE-EN 149 marca los porcentajes de filtración de cada una:
- FFP1: al menos un 78% de filtración. Protege frente a partículas grandes y polvo. Se usa en construcción, carpintería y trabajos similares.
- FFP2: al menos un 92% de filtración. Son las más recomendadas en entornos cerrados, transporte público o espacios con muchas personas. Durante la pandemia se convirtieron en las más habituales.
- FFP3: al menos un 98% de filtración. Son las más seguras y se usan en entornos de máximo riesgo, como hospitales, laboratorios o trabajos con productos tóxicos.
Una cosa importante es que las FFP protegen en los dos sentidos: al usuario y a las personas de alrededor. Además, suelen llevar válvula en algunos modelos, aunque esas con válvula solo protegen al que la lleva, no al resto. Por eso, en sanidad se recomienda siempre sin válvula.
¿Qué mascarilla para qué situación?
La elección depende del entorno. No todas sirven para lo mismo:
- Exterior o deporte al aire libre: higiénicas o quirúrgicas, porque permiten respirar mejor.
- Comercios, transporte público o espacios cerrados con mucha gente: FFP2, ya que ofrecen protección real en ambos sentidos.
- Hospitales o centros de salud: FFP3, para minimizar riesgos al máximo.
- Trabajo con polvo o productos químicos: depende de la sustancia, pero normalmente FFP2 o FFP3.
Lo importante es no usar siempre la misma para todo. Igual que no se lleva casco de obra para ir en bici, no tiene sentido usar una higiénica en un hospital o una FFP3 para pasear por la calle.
El antes y después de la pandemia en el mundo laboral
Antes de la pandemia, las mascarillas en el trabajo eran un tema muy concreto. Se usaban en construcción, sanidad, laboratorios y algunos sectores industriales. La mayoría de la gente ni siquiera sabía qué significaba FFP2.
Después, todo cambió. Ahora casi cualquiera sabe la diferencia entre quirúrgica e higiénica, y la palabra FFP3 ya no suena a ciencia ficción. Además, muchas empresas han tenido que adaptarse a nuevas normativas de seguridad laboral, asegurando que los trabajadores cuenten con mascarillas adecuadas.
Lo positivo es que se ha creado una mayor conciencia. Hoy es más difícil que alguien trabaje en contacto con polvo, humo o gases sin protección, porque ya se entiende que una mascarilla puede marcar la diferencia entre estar sano o acabar con problemas respiratorios.
Mascarillas especiales: más allá de lo común
Además de las típicas higiénicas, quirúrgicas y FFP, existen mascarillas más específicas para situaciones extremas. Un ejemplo son las máscaras integrales con filtros desmontables, que cubren toda la cara y se usan cuando hay riesgo químico o biológico fuerte. Incluso existen respiradores autónomos, como los que se utilizan en contextos NBQ (nuclear, biológico, químico) o en emergencias donde el aire directamente no es seguro para respirar.
No son de uso diario ni mucho menos, pero conviene saber que están ahí y que forman parte del equipo de protección en sectores muy concretos, como laboratorios de alta seguridad, cuerpos de bomberos en incendios químicos, militares o personal de emergencias. Su función es dar el máximo nivel de protección en situaciones donde una mascarilla normal no tendría ninguna utilidad.
Usar la mascarilla adecuada es la clave
Al final, el tema de las mascarillas se resume en algo muy simple: no todas sirven para todo. Cada tipo tiene su función, su normativa y su contexto ideal.
En un trabajo, la empresa tiene la obligación de proporcionar la adecuada. Y fuera del trabajo, depende de cada persona elegir bien según la situación. Lo que no sirve es pensar que todas son iguales o que basta con ponerse “algo en la cara”. También es importante usarla correctamente: ajustada, sin huecos y sin reutilizarla más tiempo del recomendado. Mucha gente falla justo ahí, y al final la mascarilla pierde toda su eficacia.
Como ves, las mascarillas no solo eran necesarias por la pandemia
Las mascarillas han pasado de ser un producto casi desconocido a formar parte de la vida diaria y laboral. Existen varios tipos, cada uno con su función, y las leyes marcan bien qué requisitos deben cumplir. La clave está en saber elegir la adecuada en cada momento: no es lo mismo caminar por la calle que trabajar en un laboratorio con riesgo biológico.
La experiencia de los últimos años ha dejado claro que son una herramienta básica para proteger tanto a las personas como a los entornos laborales. Y aunque todos deseamos usarlas cada vez menos en el día a día, en muchos trabajos seguirán siendo necesarias para siempre.



