Trabajar en hostelería es duro, sobre todo cuando metemos los despidos improcedentes, injustificados y fortuitos. Es un trabajo físicamente exigente, muy mal pagado y, en muchos casos, precario. Yo fui camarera durante más de dos años y puedo decir, sin miedo a equivocarme, que la mayoría de los hosteleros abusan de su posición.
Mi último jefe fue la gota que colmó el vaso: después de que me lesionara trabajando para él, me dijo «Me estás jodiendo«. Una semana después, me despidió.
Despido improcedente, pero vamos por partes.
Mi historia: un jefe sin escrúpulos
Trabajaba en un restaurante en Santiago de Compostela. No voy a dar nombres ni detalles que puedan identificar a la empresa, porque sinceramente no quiero perder ni un segundo en eso. Lo que sí voy a contar es lo que pasó.
Un día, en pleno servicio, me caí. No fue un simple tropiezo, sino una caída muy fuerte NO señalizada contra el lavamanos del baño de los clientes que me dejó una fisura en una costilla. El dolor era insoportable. Me fui a urgencias y el médico me dio una baja de una semana que se acabaron convirtieron en dos.
Cuando llamé para avisar a mi jefe, su respuesta fue un escueto: «Me estás jodiendo…». Santiago de Compostela, época de peregrinos… Imagináos la escena. Sin empatía, sin preocuparse por mi salud, solo pensando en su negocio. A los pocos días de reincorporarme, me comunicó mi despido sin más explicaciones.
En ese momento no sabía mucho sobre mis derechos, pero algo me decía que aquello no estaba bien. Y efectivamente, no lo estaba.
¿Qué es un despido improcedente?
Un despido improcedente es aquel que no tiene una causa justificada o que no sigue los procedimientos legales. En mi caso, estaba claro: me echaron sin motivo válido y sin seguir los pasos adecuados.
Existen tres tipos de despido:
- Despido disciplinario: cuando el trabajador ha cometido una falta grave, como robos o faltas reiteradas.
- Despido objetivo: por razones económicas, organizativas o productivas.
- Despido improcedente: cuando la empresa no puede justificar la decisión o no ha cumplido con la ley.
El mío era de manual: no hubo carta de despido con causa justificada ni un expediente previo. Simplemente decidieron deshacerse de mí porque estuve de baja. Y eso es ilegal.
¿Qué hacer si te despiden de forma improcedente?
Si te pasa algo similar, lo primero es no quedarte de brazos cruzados. En mi caso, al principio me sentí perdida, pero después de investigar y hablar con profesionales, entendí que tenía derecho a defenderme.
Aquí dejo los pasos que seguí:
- Pedir la carta de despido
Mi jefe no me la dio. Si esto te pasa, exígela. Si se niegan, manda un burofax pidiendo explicaciones. Es importante para demostrar que el despido no fue justificado.
- Revisar la indemnización
Cuando te despiden de forma improcedente, la empresa debe pagarte una indemnización. Actualmente, la ley establece que corresponde a 33 días de salario por año trabajado si el contrato es posterior a 2012. Si es anterior, se calculan 45 días por año trabajado hasta esa fecha y luego 33 días.
En mi caso, intentaron darme menos de lo que me correspondía, así que me asesoré con un abogado.
- Demandar a la empresa
Si crees que tu despido es improcedente, puedes reclamar en el Servicio de Mediación, Arbitraje y Conciliación (SMAC). Los abogados expertos en reclamación de despidos, Abogados Santander, me explicaron que tenía 20 días hábiles para hacerlo desde el momento del despido.
Por ello, se presentó la papeleta de conciliación y, como era de esperar, mi jefe no quiso negociar. Así que tuvimos que ir a juicio. Es importante tener pruebas, como WhatsApps, correos electrónicos y testigos que puedan confirmar que el despido fue injustificado.
- ¿Qué puede pasar en juicio?
Si un juez declara el despido improcedente, la empresa tiene dos opciones:
- Reincorporarte al trabajo y pagarte los salarios de tramitación (el sueldo que habrías cobrado desde el despido hasta la sentencia).
- Pagar la indemnización correspondiente.
En mi caso, la empresa prefirió pagar. Y, sinceramente, mejor: no quería volver a trabajar con una persona que me trató como basura.
El abuso en la hostelería
Lo peor de todo es que mi caso no es único. La hostelería está llena de abusos: jornadas interminables, sueldos miserables, contratos fraudulentos… Y los empresarios se aprovechan de que mucha gente no conoce sus derechos o no tiene otra opción.
Algunos de los problemas más comunes en hostelería son:
- Horas extras no pagadas.
- Contratos a media jornada cuando en realidad trabajas jornada completa.
- No respetar los descansos obligatorios.
- Presión para no coger bajas médicas.
- Trato denigrante por parte de jefes y clientes.
- Salarios por debajo del convenio y pago en negro para evitar cotizaciones.
- Turnos partidos eternos que hacen imposible conciliar vida personal y trabajo.
- Negarse a dar vacaciones o imponer fechas sin consultar al trabajador.
- Amenazas constantes con el despido si no aceptas condiciones abusivas.
- Falta de medidas de seguridad e higiene, poniendo en riesgo la salud de los empleados.
Yo misma he vivido varias de estas situaciones, pero el despido fue la gota que colmó el vaso.
No se puede permitir que sigan abusando de los trabajadores.
¿Personas, o robots?
A veces me pregunto si algunos empresarios ven a sus trabajadores como seres humanos o como máquinas programadas para producir sin descanso. Porque eso es lo que sentí aquel día en el que, con una costilla fisurada, mi jefe me soltó un frío «Me estás jodiendo». Ni un «¿estás bien?», ni un mínimo de empatía. Solo la molestia de saber que su «robot» se había averiado.
Y no es solo mi caso. En hostelería, en fábricas, en almacenes, pasa todos los días. Jornadas de diez o doce horas sin descanso, ritmos inhumanos, presiones constantes. No importa si tienes fiebre, si te duele la espalda de cargar cajas, si llevas tres semanas sin un solo día libre. Mientras sigas funcionando, todo bien. Pero el día que fallas, el día que enfermas o te lesionas, pasas a ser un estorbo. Algo que hay que reemplazar lo antes posible.
Es escalofriante pensar en lo normalizado que está esto. Que haya jefes que piensen que es aceptable echar a una persona porque se ha atrevido a enfermar. O que exigir un descanso es «no tener ganas de trabajar». Que si no aguantas la explotación, hay otros cien esperando para ocupar tu puesto.
Pero no somos robots. No estamos diseñados para producir sin parar. Somos personas con cuerpos que se agotan, con mentes que se desgastan, con una vida fuera del trabajo. Y si un jefe no entiende esto, el problema no es tuyo, es suyo. Es su mentalidad esclavista la que está mal. Y lo peor es que se creen con derecho a tratarnos así porque muchas veces dejamos que lo hagan.
Ahí está la clave: dejar de aguantar, dejar de permitirlo.
Basta de tener miedo
Sé lo que es el miedo. Lo sentí cuando me despidieron. Miedo a no encontrar otro trabajo, miedo a reclamar y que me cerraran puertas, miedo a que nadie me creyera. Pero, sobre todo, miedo a que no sirviera de nada.
Y es justo ese miedo el que los empresarios sin escrúpulos aprovechan para hacer lo que les da la gana. Saben que la gente calla por necesidad, que muchos no denuncian por temor a represalias, que otros prefieren mirar hacia otro lado aunque vean injusticias cada día. Así mantienen su poder. Así siguen explotando sin consecuencias.
Pero, ¿sabes qué es lo que más les asusta a ellos? Que la gente deje de tener miedo. Que los trabajadores empiecen a exigir lo que es suyo, que se planten ante los abusos, que hablen entre ellos y se apoyen. Porque cuando uno se queja, pueden ignorarlo. Pero cuando son muchos, ya no es tan fácil.
Por eso, si estás viviendo una situación de mierda en tu trabajo, si ves que a un compañero le están pisoteando, no te calles. Infórmate, busca asesoramiento, únete con otros. Y si te despiden por exigir tus derechos, pelea. Que no te engañen con que «no hay nada que hacer». Sí que lo hay. Yo lo hice y gané. Y no porque tuviera suerte, sino porque la ley estaba de mi lado.
Que no te paralice el miedo. Que el miedo cambie de bando.
Conoce tus derechos y defiéndelos
Si algo he aprendido de esta experiencia es que hay que plantarse. Los empresarios sin escrúpulos juegan con el miedo de la gente a perder su trabajo, pero hay que recordar que la ley está de nuestro lado. Si te despiden sin justificación, reclama. Si te pagan menos de lo que te corresponde, denuncia. Y, sobre todo, no dejes que te traten como basura.
Mi caso tuvo un final más o menos positivo: conseguí la indemnización que me correspondía y me fui con la cabeza alta. Pero hay muchas personas que no corren la misma suerte porque no saben qué hacer o no pueden permitirse un abogado. Por eso, si estás en una situación parecida, infórmate, busca ayuda y lucha por lo que es tuyo.
Porque nadie merece que, después de lesionarse trabajando, su jefe le diga «Me estás jodiendo» y luego lo tire a la calle como si fuera un trapo viejo.